Las torrijas son una delicia que suponen un esfuerzo no prepararlas cuando estamos inmersos en plena Cuaresma, a pesar de estar la mayoría machacándonos en parques y gimnasios para la temida operación bikini. Aún estamos a tiempo de permitirnos un capricho con este bocado celestial antes de que el calor se instale definitivamente y tengamos que echar mano de tangas o bañadores y dejar al descubierto nuestros cuerpazos.
SimbolismoLa torrija era dulzura que suplía mucha de la energía que demandaba el organismo durante la Cuaresma, no olvidemos, que había que buscar un alimento que distrajera el apetito…¡y qué mejor que el pan! En la Edad Media existía un marcado predominio de su consumo en la dieta. El arte de la cocina estaba en los conventos, allí las monjas durante los días de abstinencia, aprovechaban el pan duro, bañándolo en miel y leche. Acompañaba a su sabor, un significado místico, la Resurrección de Jesús, identificando las sobras del pan (con su cuerpo inerte), la fritura en aceite (con el sufrimiento), la leche y miel con el resurgir y la esperanza. De ahí el simbolismo de su consumo en este período del año que se ha mantenido hasta nuestros días.
En España se llevan preparando desde finales del siglo XV, y a principios del siglo XX eran una 'tapa' habitual en las tabernas madrileñas, acompañadas de un chato de vino.
Un poco de historia
La historia de las torrijas se remonta al siglo I; los romanos escribían ya en su tiempo como preparar una especie de torrija con galletas de trigo, bañadas en leche, tostadas en aceite y servidas con miel.
En su origen, se trata de un alimento humilde que se comía en Cuaresma, cuando los católicos dejaban de comer carne y había más sobrante de pan. Si no había huevo, las torrijas se bañaban en almíbar, y se sustituía la canela por el azúcar. Esencialmente, es un postre que reutilizaba el pan duro que había sobrado durante la semana.
La torrija ya se cita en el siglo XV como plato indicado para la recuperación de las mujeres tras el parto... y las primeras recetas plasmadas en papel se remontan al siglo XVII. Y a inicios del XX era muy habitual tomarlas en las tabernas de Madrid acompañadas de un chato o vaso de vino.
Fuera de nuestro país, existen variantes más o menos parecidas. Siempre con la base de pan duro o reciclado, se elaboran recetas que podrían considerarse primas hermanas de nuestras torrijas.
Por ejemplo, los franceses elaboran el pain perdu o pain doré. Las diferencias con nuestras torrijas son que usan mantequilla en lugar de aceite, y en lugar de freírse en abundante aceite se hacen a la plancha o al horno, reduciendo así el aporte energético de este dulce.
Los anglosajones hacen el Poor Knights of Windsor o Posh Eggy Bread. Las humedecen previamente con leche y azúcar, y añaden jerez u otro licor. Tras freírlas con mantequilla las espolvorean con canela y azúcar y las decoran con mermelada, aunque hay muchas variantes de esta receta.
Nuestros vecinos portugueses las llaman rebanadas, y es un postre típico de Navidad.
Sea como sea... nada mejor que una torrija (o varias) para endulzar la espera y reponernos de las 4 horas de espera para ver pasar las procesiones, que no es tontería, conlleva su gasto calórico, así que sin remordimiento ninguno, podemos disfrutar de este exquisito manjar.
1 paquete de pan especial para torrijas o 1 barra de pan del día anterior.
1 litro de leche
150 gr de azúcar
La piel de 1 limón
1 rama de canela
1/2 vaso de vino dulce
3 huevos
Aceite de oliva
En una cacerola poner a calentar la leche con el azúcar, la piel del limón, el vino dulce y la canela, remover hasta disolver el azúcar y dejar durante 20 minutos que infusione toda la mezcla.
Una vez pasado el tiempo, dejar enfriar y retirar el limón y la canela.Se van empapando las rebanadas en la leche, escurriendo el sobrante. Pasarlas por el huevo batido y freírlas en aceite caliente hasta que estén doradas por ambos lados. Sacarlas y ponerlas sobre papel absorbente para retirar el exceso.
Templar la miel en un cazo para diluírla y vamos sumergiendo las torrijas de una en una. Las pasamos a una fuente y rocíamos con la miel sobrante.
Así de sencillo. ¡Espero que os gusten!
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