Por mi deambular peninsular debido a mi profesión de topógrafo quiero mencionar que fue en el norte donde más profundo arraigo tuvimos. Primero en Santiago de Compostela, ciudad en la que nos sentimos casi gallegos y donde nació nuestro hijo mayor Santiago, pero por motivos profesionales y antes de lo esperado y muy, muy a nuestro pesar, nos tocó de nuevo meternos en mudanza (ya que desde que salimos de Sevilla recién casados, nos íbamos de ciudad en ciudad con todos los muebles y enseres a cuestas, ahí es ná, ya que nos casamos sin tener piso propio, y os puedo asegurar que no fué de "penalty", simplemente, es lo que se nos apetecía y no quisimos esperar más porque me salió una oferta para Melilla a largo plazo que no quise rechazar).
Como iba diciendo, después de Santiago nos fuimos, ya con un miembro más en la familia, a Oviedo y os confieso que pronto (aunque nunca para siempre) se nos quitó la espinita gallega que teníamos clavada y nos volvimos a quedar prendados de una ciudad y una tierra en general en la que estuvimos a punto de echar raíces definitivamente y de la que a fecha de hoy aún nos estamos arrepintiendo. En Oviedo estuvimos algo más de dos maravillosos años y aunque mi trabajo en una mina de Mieres era intenso e interminable, gracias a los compañeros de sudores y también al resto de personas que allí conocimos, debo confesar, que estábamos en la gloria: que bien se come, que bien se bebe y hasta la lluvia y el frío, pasan desapercibidos después de poco tiempo. El mencionar a Asturias y a Oviedo en particular, se debe al dulce que hoy he preparado: unos deliciosos y adictivos carbayones, uno de los símbolos de esta ciudad junto a otros tanto, como son las casadielles (receta), frixuelos (receta) y un largo y exquisito etcétera. La historia de estos dulces ideados en la famosa confitería oventense Camilo de Blas en 1924 para la Feria Internacional de Muestras de Gijón.
El nombre de carbayón tiene su origen en un enorme roble (carbayu es roble en bable), al que se le suponían al menos 5 siglos de edad y que exponía toda su majestuosidad en el actual Parque de San Francisco, y lo digo en pasado, porque fue talado tras fuertes polémicas y controversias en 1879, aunque su nombre dio lugar tanto al gentilicio popular de los ovetenses, como a los exquisitos pasteles que hoy he preparado y que acaparan toda la atención en los escaparates de la ciudad, sobre todo en fiestas tan tradicionales como La Ascensión.
Es un pastel muy rico, que aunque parece complicado de hacer solo requiere un poco de paciencia y os aseguro que merecerá la pena, además, que me perdonen mis amigos asturianos, tan celosos de sus tradiciones, pero he acortado la elaboración de estos dulces (a la par que he añadido otros ingredientes que no lleva la receta auténtica y original) empleando hojaldre ya confeccionado, pero os confieso que el resultado es una auténtica gozada.
Sin más dilación, mando un cordial saludo a toda Asturies y os invito a todos los que leéis en estos momentos estas palabras, a unos pastelinos con un cafetín, para que nos preste a todos.
Para 8 unidades
1 lámina de hojaldre
125 gr+75 gr de almendra molida
125 gr de mazapán
6 huevos
125 gr de azúcar para el relleno
300 gr de azúcar para la cobertura de huevo
75 gr de harina de repostería
Ralladura de 1 limón
Un chorrito de ron añejo o vino dulce
Un chorrito de anís dulce
Unas hebras de azafrán
Azúcar glas
Agua
8 moldes alargados y acanalados, mejor si son de metal
Masa de relleno
1ª capa
Moler el mazapán, mejor con picadora eléctrica para que quede más fino.
En un cuenco mediano, poner el mazapán y la almendra molida, el huevo entero, 125 gr de azúcar, el chorrito de vino y la ralladura de limón. Mezclar todo muy bien, hasta lograr una masa húmeda y compacta. Refrigeramos un poco mientras los liamos con el hojaldre.
Encender el horno a 180ºC
Extender la lámina de hojaldre sobre una superficie limpia y espolvoreada con azúcar glas. Poner encima los moldes y cortar alrededor de los mismos de manera que sobresalga bastante hojaldre para poder forrarlos sin quedarnos cortos al rellenarlos. Forrar los moldes con el hojaldre una vez cortado.
Sacar la masa del frigorífico, dividirla en 8 partes iguales y darles forma de croquetas. Disponer cada porción de masa sobre los moldes hojaldrados.
Hornear a 180ºC durante 10 minutos.
2ª capa de masa
Ponemos ahora en el cuenco, 2 huevos y le añadimos 75 gr de almendra molida.
Pasados los 10 minutos, retiramos del horno los moldes y con cuidado, ponemos la 2ª capa recién preparada sobre la 1ª capa. Volver a hornear a la misma temperatura durante otros 10 minutos.
Cobertura de huevo+almíbar
Crema de huevo
Batir 3 huevos con 200 gr de azúcar. Una vez bien ligados, sumar 75 gr de harina cernida.
Almíbar
Mezclar 100 gr de azúcar con 275 ml de agua.
Mezclar la crema de huevo anterior con el almíbar. Poner al fuego lento sin dejar de remover hasta que vaya espesando, añadiendo 1 chorrito de anís dulce y unas hebras de azafrán. Estará en su punto cuando se despegue bien de las paredes del cazo.
Una vez templada la crema, poner unas cucharadas sobre los carbayones horneados, rellenando casi hasta el borde del hojaldre. Cuando se seque un poco, pinchar para que el almíbar que prepararemos a continuación impregne bien el dulce.
Almíbar final
Mezclar 1/2 vaso de agua con 1/2 vaso de azúcar y 1/2 vaso de ron añejo. Llevar a ebullición hasta que caramelice sin exceso. Dejar templar y emborrachar los carbayones, vertiéndolo sobre la cobertura de huevo. A medida que endurece la cobertura de huevo, verter en 2 o 3 ocasiones, un poco más de almíbar.
Glaseado decorativo
Esta es otra aportación mía para darle más atractivo si cabe, a estos dulces.
Mezclar un poco de azúcar glas con zumo de limón y decorar la superficie de cada carbayón, así tapamos los agujeros que hicimos en la cobertura y de paso resultan más deliciosos.
Como podéis apreciar, no es complicado de elaborar, con un poco de paciencia disfrutaréis de estos maravillosos carbayones de los que quedaréis prendados desde el primer bocado.
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